Embuste

Ceci n’est pas une pipe
- René Magritte


Quítate la máscara, Belimbele
Quítate la máscara
Bandolera […]
Hechicera
- Ray Barreto


El verdadero origen y razón de ser --o raison d’etre-- del arte pudo muy bien haber sido el hechizo. Chamanes que ilustraban el más allá mediante su calco sobre la piedra al oficiar en trance sus rituales. Objetos propiciatorios de protección y fertilidad que fungían como talismanes. Hachas que, de material noble y magistralmente confeccionadas, destacaban al más apto, capaz de deslumbrar y hechizar al otro sexo, asegurando así la preservación de la especie y su fortalecimiento. En un juego de ilusiones cuasi eterno, el arte, incluso antes de serlo, ha cumplido un rol vital muy serio.

Autodenominado maquillador, imitador, embalsamador y por qué no, ahora también “mascarero”, Gerardo Pulido asume con feliz seriedad ser parte de ello. Y acaso sea su más astuto truco visual y engaño principal el proponer su pasatiempo o, mejor dicho, su pasa (mucho) tiempo favorito, como el más serio de los oficios. Embuste es máscara y antifaz; estamos ante un cuerpo de trabajo que lleva, en palabras de su autor, el arte por disfraz.

Dicho en jerga boricua, la “satería” que, en calidad de coquetería y eclecticismo euro-pop-andino, de por sí caracteriza la obra de Pulido se exacerba al emperifollarse también con lo nuestro en su paso por Puerto Rico. La primera estancia en el Caribe de este pintor y escultor chileno, gracias a una residencia como artista visitante de este museo por espacio de dos meses, reviste con nuevos estratos el mestizaje de su propuesta de lúdicos maridajes y ribetes. Mientras que la mixtura de lo precolombino con lo barroco, y la de lo abstracto con lo mimético y el trampantojo prevalece, esta se nutre de un repertorio de ingredientes locales que en ella y con ella se entromete.

Convergen en danza, duelo y jolgorio de tríos y parejas, en primer lugar, máscaras de Ponce y de Loíza Aldea con el dripping de Pollock y el marmoleado de Pompeya. Sustraídas de la colección del Museo y Centro de Estudios Humanísticos y colocadas sobre cajas/pedestales de Home Depot (que no ya las de Brillo), esta nueva estirpe de ready-made asistido rinde homenaje a la tradición artesanal puertorriqueña. Es, no obstante, en el barroquismo kitsch de la serie de interiorismos o de criollas viñetas surrealistas a lo Magritte que, asido al léxico gastronómico, ecológico, arqueológico y arquitectónico isleño, su consistente revoltijo de cruces y referencias mejor se renueva y sale a relucir.

Si bien Pulido absorbe todo lo que le ofrece el entorno inmediato y reclama de esta manera lo que tiene ante sí, son en este caso sus pinturas las que mediante un efecto ilusorio potente se adueñan del espacio “verdaderamente”. En un juego de contrarios muy eficiente, sus lienzos de caballete, aparentemente confinados al cuadrilátero del soporte y su formato, en ingenioso revés y sirviéndose precisamente de este, se proponen o se imponen como apertura y vano. Son ellos, ventana dentro de la ventana que, a su vez, perfora la pared y la abre hacia afuera; binomio que nos saca de la sala mientras los elementos de la pintura mural del exterior del edificio se cuelan en ella. Con esta última obra, que quizás sea la primera, el artista refuerza de esta exposición sus segundas pieles y sus dobles caras al proponer que la gran máscara del Museo está en su fachada.

En este descubrir a la bandolera para solo encontrarnos con la hechicera, en este juego tan serio y embuste tan cierto, solo resta preguntarse dónde comienza la verdad y dónde termina la historieta. Adelante.

Irene Esteves Amador, Ph.D.
Directora
Febrero de 2022

 

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